Una Noche sin Estrellas

Aunque tú no lo sepas...
I. El Segundero

Fue en una mañana de septiembre, cuando me dirigía hacia la escuela con la esperanza de escapar  de esa melancolía que me ocasionaba la lejanía de los dos meses pasados por ser el recuerdo de las vacaciones de verano, frente a mí aparecieron los recuerdos como una especie de secuencia fotográfica de la libertad de no tener clases; regresar a la escuela es solo tener tareas que cumplir y exámenes que acreditar, nada emocionante. La realidad me golpeó una vez más al ver a mi amiga Elena esperando al transporte escolar, he de admitir que a pesar de encontrarle una vez más la tristeza por regresar a clases no se desvaneció, ella parecía un poco diferente desde la ultima vez que le vi, pero esa sonrisa que más de una vez alivió mis tristezas permanecía intacta y esta vez no era la excepción, justo cuando iba a saludarle el transporte llegó por nosotros. Elena tomó asiento junto a mí y me dijo:

—Tienes que dejar ir el recuerdo de las vacaciones Raúl.
—No puedo dejar de pensar lo rápido que pasa el tiempo Elena.
—Ten por seguro que ver pasar las cosas en la ventana no solucionará nada.
—Siento que mi vida solo pasa ¿En dónde está la aventura y la emoción de vivir?
—No seas tonto Raúl, la vida no es una película de acción, solo es vida. —Elena me miró por un instante y después se cambió de asiento.

¿Será cierto que la vida no puede ser como una película? Pensé una y otra vez mientras miraba como avanzaba el autobús por la ventana, quizá Elena tenía razón al decirme que debo dejar ir el recuerdo de las vacaciones, debería dejar de aferrarme a la idea de un pasado que no volverá por más que lo intente o recuerde, pero no puedo evitar sentirme como un niño de seis años que no quiere  soltar un globo al cielo porque le gusta más la idea de tener el globo que verlo partir poco a poco en la inmensidad del cielo para nunca más verle. Cada vez que avanzamos imagino que los recuerdos de mis vacaciones son ese globo que está volando en el cielo y se pierden conforme más cerca estamos de la escuela y solo puedo preguntarme ¿Por qué nos cuesta tanto trabajo dejar ir el pasado? 

Llegamos a la escuela, bajamos del autobús y al entrar encontramos en una pizarra la lista del grupo a que cada uno de nosotros ingresaría este curso, por suerte Elena y yo compartiríamos el aula una vez más, para ser más precisos él aula 17-H. Al ingresar al aula las bancas del fondo y del medio se encontraban ya ocupadas por nuestros demás compañeros que habían llegado mucho antes que nosotros, solo quedaban las bancas frente al escritorio de nuestro profesor o profesora que nos daría la bienvenida a este nuevo curso escolar, Elena y yo nos miramos con cara de desagrado por tener que estar en esas bancas cuando escuchamos que la puerta se cerró, todos volteamos para ver quién había sido, se trataba de una mujer no muy alta de unos veintisiete años con el cabello negro suelto de modo que mientras caminaba se lo acomodaba para vernos a todos con una mirada de entusiasmo porque estábamos presentes. Todos tomamos asiento, era nuestra profesora.

Ana era el nombre de la nueva profesora de este curso. Llevaba pocos años dando clases, con esa mirada llena de compasión que acompañaba en ocasiones con unos lentes que ocasionaba que los alumnos se sintieran en confianza con ella. Solía vestir pantalón de mezclilla con alguna camisa o uno que otro vestido colorido por lo que más de una vez fue detenida por los policías de la escuela por confundirla con una alumna y no con una profesora. Tenía la costumbre de mirar cada una de las bancas, suspirar y soltar una sonrisa antes de comenzar las clases. Era del tipo de profesora que siempre se recuerda por su carisma y bondad con sus alumnos. 

Recuerdo la primera clase que tuvimos con la profesora Ana, comenzó a escribir el tema que veríamos en la pizarra, yo miraba el reloj de color verde que se encontraba pegado a la pared como avanzaba cada vez más lento hasta que el segundero se detuvo, estuve a punto de decirle a Elena lo que había sucedido cuando alguien tocó la puerta, todos nos quedamos en silencio mientras la profesora dijo "adelante", se trataba de una extraña que ingresaría a nuestro grupo pero desde el instante que le vi por primera vez tuve el presentimiento de que nada sería igual. La nueva extraña se disculpó por llegar tarde y tomó asiento junto a mí, volteó a verme y me dijo:

—Hola, mucho gusto soy Mariana ¿Y tú?
—Soy Raúl, mucho gusto. 

Puede parecer una locura pero cuando vi a Mariana a los ojos por primera vez su mirada me dejó cautivado, pensé por un instante que estaba perdiendo la razón, pero tenía la sensación de que algo más allá estaba sucediendo, como si existiera una especie de magia que provocó encontrarnos y cruzar caminos, no lo sé. Mariana estaba a mi lado pero parecía que ese día la soledad encontró alguien más que fuese su compañero. Elena me dio un codazo y soltó una sonrisa cuya intención no logré descifrar aquella vez, le dije:

—¿Viste? El reloj de la pared se detuvo.
—Al parecer hay algo que te intrigó más o quizá alguien Raúl.
—No sé qué quieres decir.
—No te preocupes ella también se dio cuenta que el reloj no avanzaba.
—¿Ella? ¿De qué estás hablando Elena?

La profesora Ana nos pidió que dejáramos el salón de clases para tomar el receso del día. Elena y yo salimos a las mesas que se encontraban cerca del jardín de la escuela como era costumbre, platicamos un poco de lo aburridos que estábamos pero que la profesora Ana parecía una persona muy amable y por un instante nos quedamos callados mirando a cada una de las personas que cruzaban frente a nosotros hasta que fue interrumpido por la voz de Elena que me decía:

—Sabes, muy pocas veces he visto esa mirada en ti Raúl.
—¿A qué te refieres? —respondí.
—Quiero decir que la manera en que viste a nuestra nueva compañera muy pocas veces la he visto en ti.
—¿Te refieres a que vi feo a Mariana? — le dije mientras volteaba hacia ella.
—No. Fue todo lo contrario, pero no te preocupes ella también hizo la misma mirada que tú.
—No sé de qué hablas, es mejor que regresemos a clases —me levanté y me dirigí al salón junto con Elena.

Desde que llegamos del receso no hice otra cosa más que pensar en todo lo que había hablado con mi amiga, no podía mentir, Elena tenía un poco de razón; desde el instante que miré los ojos de Mariana sentí que hubo una extraña conexión que no podía ignorar, no lo llamaría amor a primera vista porque resulta imposible y absurdo para mí que haya sido flechado por Mariana con solo mirarle a los ojos ¿A caso Elena tendrá razón? Me niego a creer que la persona que se encuentra sentada a lado mío pueda ser mi futuro amoroso, el amor es el peor mal que podría pasarme porque estoy seguro que no sería correspondido por ella... ¿Por qué estos pensamientos llegaron a mí? Volteé hacia el lado donde se encontraba ella; es difícil de creer pero me estaba mirando y cuando nuestras miradas se cruzaron pude sentir como mi cara se ruborizó un poco pero ¿Qué fue ese sentimiento? Decidí prestar atención a clase y dejar de pensar en un amor ficticio.

La clase terminó y no tuve el valor de despedirme de Mariana, así que me salí del aula lo más rápido que pude. Elena me persiguió hasta la parada del transporte escolar y una vez sentados en él me reclamó por haber hecho esa huida poco discreta y educada. Una vez más estábamos en el autobús, solo que esta vez no podía dejar de pensar en los ojos de Mariana, ¿A caso esto es lo que llaman amor a primera vista? Imposible.


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Una Noche sin Estrellas por Jorge Luis B. Rivera se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

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